martes, 30 de mayo de 2023

Arístides. El poeta que no fue.

Arístides nació en 1942 en Luján, Argentina, en cuna de una familia de estancieros donde nunca le faltó nada. Era el más pequeño de 5 hermanos y mimado por todos. A los 12 años se enamoró de Mirta, su vecina y compañera del colegio. Ella le correspondió con generosidad y su vínculo fue tan profundo y tan genuino que 8 años después se casaron y permanecieron enamorados como el primer día durante 60 años más, sólo dividieron su corazón para colmar de afecto a sus hijos y luego para arropar a sus nietos con el más puro amor.

Arístides era un hombre tan completo como no había otro. Los vecinos se ahogaban en envidia y él, para poder socializar y ser invitado a cumpleaños y bautismos, debía inventarse problemas que no tenía, alguna cuestión doméstica de poca monta, mentiras que podía sostener sin mucho esfuerzo. 

Pero, Arístides sí tenía una gran carencia, un vacío que no podía disimular y cada vez que él expresaba su afectación por este fracaso, era minimizado y enseguida se pasaba a temas como el clima. Arístides quería ser poeta, pero a falta de desengaños amorosos, pérdidas irreparables o dolores insufribles, no encontraba en su corazón los humores amargos con los que se cargan la pluma del trovador. Entonces, comenzó a inventarse desencuentros o desilusiones que jamás vivió y los escritos eran forzados e infantiles. Este es el verso XIII de la página 24 de su segundo cuaderno de poesías:


Me siento triste y me duele tanto.

Me siento solo y no para el llanto.

Eso siento, aunque no sea para tanto.


Arístides justificaba su pluma ajustándola a categorías teóricas y a corrientes literarias contemporáneas como la poesía pop o la lira de calle, pero la realidad es que las palabras no podían reemplazar lo que su alma no había experimentado. 

A escondidas, muchas veces leía ¨Me sobra el corazón¨ de Miguel Hernández. El momento solía ser pictórico. Procuraba estar solo, encendía una lámpara puntual con luz amarillenta, se servía una copa de su mejor vino, algo de música detrás, en lo posible un piano afligido y se postraba en un sillón hasta desmoralizarse por completo. Miguel Hernández era lo más cerca que había estado del dolor. Entraba con cierta gracia en el tono del poema, pero cuando llegaba a la parte donde dice:


¨Ayer, mañana, hoy

padeciendo por todo

mi corazón, pecera melancólica,

penal de ruiseñores moribundos¨.


Ahí se sacudía con un llanto furioso. ¨Pecera melancólica¨ ¿Cómo hizo para escribir ¨pecera melanacólica¨? ¿Cómo hizo para convertir un corazón en un recipiente a medio llenar, sucio, con líquidos borrosos, olores inmundos, olvidado bajo una luz de fluorescente intermitente, en una sala con azulejos asquerosos y un pez, un pobre pez sin esperanzas nadando en círculos? ¿Lo vio? ¿Lo sintió? ¿Estuvo años combinando palabras?.

Se detenía tanto a saborear la amargura de ¨pecera melancólica¨que nunca podía llegar a leer con los ojos secos ¨penal de ruiseñores moribundos¨. Era demasiado. 

No envidiaba las penas de sus vecinos, pero sí la de Miguel Hernández porque las atravesaba en carne viva y mientras se le hacían llagas, mientras se quería morir,  regalaba palabras, imágenes, belleza, sentido y razones para estar vivo. 



jueves, 2 de junio de 2022

La revolución de los tristes.

El célebre filósofo Byung-Chul Han postula que la nueva fórmula de dominación es ¨sé feliz¨. Lo expresa de esta manera: ¨El sometido ni siquiera es consciente de su sometimiento. Se figura que es muy libre. Sin necesidad de que lo obliguen desde afuera, se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que se está realizando. La libertad no se reprime, sino que se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser obediente¨.


Este texto cayó en manos de Ceferino Carlos Reyes. Desde Surcorea hasta Berazategui la misiva de Chul Han surcó el planeta para atravesar el corazón de Ceferino, que como una auténtica epifanía, encontró en su dolor existencial el antídoto para esta sociedad individualista. 

Ceferino es un caso extraño porque desde muy pequeño, cuando ni siquiera se han acumulado experiencias para añorar, él ya imaginaba otros tiempos mejores. Se sospecha que nació melancólico. No confundamos, no tuvo una mala infancia, sólo que siempre jugaba en su mente con la posibilidad de que todo podía ser mejor. Sus padres, sus maestros, sus compañeros y hasta el portero de la escuela  lo instaban a que sonriera más y él respondía con una mueca ridícula que incomodaba hasta las piedras. En su adolescencia hacía grandes esfuerzos para encajar en fiestas o bailes hasta que decidió no violentarse más y dejó de asistir. No se sabe si fue una decisión o simplemente una postura defensiva, disfrazada de autorespeto, una vez que directamente, dejaron de invitarlo. 

Con el tiempo Ceferino logró imitar la levedad de ciertos estados de ánimo. Logró fingir sorpresa ante anécdotas de sus amigos, curiosidad por sus hazañas y hasta llevaba una libreta de los temas que ellos les compartían para volver a preguntar a cada uno por su evolución demostrando interés y empatía. 

Fuera de estas artimañas para integrarse socialmente en sus círculos íntimos, Ceferino sentía una profunda libertad en pasear su cara de traste por el barrio. 

Como quien se tropieza con una revelación, un día se topó con Chul Han, no físicamente, sino que sus ideas hicieron colisión en cada una de sus células. Ceferino no era muy letrado, no tenía constancia para leer textos largos, por eso, la cultura del meme le venía como anillo al dedo y le bastaron leer algunas frases del surcoreano, otras atribuidas a Einstein y algunas que Luis Miguel nunca dijo y sentó los postulados teóricos para su Revolución Triste. 

¨La tristeza es el orgullo de los sensibles, un privilegio del ser humano, un rasgo de agudeza mental, de conexión y de conciencia¨. Empezó su manifiesto. Luego, de un plumazo desbanca a Marx y así sin ahondar mucho, sugiere que la lucha de clases está caduca y que la nueva lucha es ¨contra uno mismo¨. ¨Hemos internalizado el conflicto hasta los confines de nuestras entrañas¨, dijo en una entrevista para la Revista ¨Para ti¨. Esa lucha íntima es la que hoy nos domina y la mayor opresión es asumir que el campo de batalla es nuestro cuerpo y el enemigo, nuestra propia psique. Cualquier intento de trasladar este conflicto desde el ámbito doméstico hacia la denuncia pública es condenado. Toda manifestación social de malestar es enviada a las granjas de rehabilitación mental de la filosofía positiva o a los reformatorios ideológicos de la fe o la esperanza, que son lo mismo. No se engañen, no hay esperanza, todos vamos a morir y cuanto antes lo aceptemos, antes comenzará nuestra vida. 

Ceferino tiene que aclarar en cada oportunidad que la tristeza no es una obligación tampoco, sino un derecho, una posibilidad. Actualmente se desestima al dolor como alternativa y se les pone nombres clínicos que sólo aumentan su extrañeza y su categoría de ¨desviación¨. 

Para mostrar la naturaleza de la angustia, la pena o el desconsuelo, Reyes convocó a una marcha de desgraciados para que circulen con pancartas desalentadoras. Así, en la plaza San Martín de Berazategui se reunieron 56 personas con carteles que rezaban consignas como: ¨No hagamos le guerra. Mejor no hagamos nada¨ o ¨Seamos realistas, pidamos lo imposible. Total¨. Durante un buen rato se pasearon desganados, espantando palomas a patadas hasta que sus ojos empezaron a encontrarse y la complicidad les arrancó una sonrisa. Espontáneamente todos se reconocieron en su patetismo y estalló una carcajada masiva. Se retorcían, se tiraban al suelo, jadeaban, lloraban, no pudieron contener la risa que terminó contagiando a los policías y a las vecinas chusmas que ya se habían agrupado a su alrededor. 

Se disiparon lentamente entre carcajadas y sollozos con la frustración de haber sido nuevamente capturados por el sistema.  



jueves, 12 de agosto de 2021

La belleza de los vestuarios

Ese lugar húmedo, desfile de cuerpos desexualizados, una comparsa de toallas atadas a la cabeza, como si las zonas erógenas de esa especie que habita en los vestuarios fueran convencionalmente otras. Una se cubre el cabello, otra los hombros, dejando tetas, culos y pubis en desenfadada libertad. Nunca me desnudo en los vestuarios. Tiene algo de campo de concentración, de desprecio, de humillación.

Hay cuerpos tallados, esculpidos, bendecidos por todas las normas de belleza. Como ese grupo de nadadoras que entraron en tropel para ir a las duchas. Una orden de ninfas arremolinadas cruzó el espejo grande y se multiplicaron en una bolsa indiferenciada de piernas y gorros de baño. 

También hay cuerpos disfuncionales, ridículos, distorsionados, tergiversados, apartados de toda ley de equilibrio. En esa murga diversa hay una belleza efímera que siempre me cautiva: las mujeres recién bañadas. Más bien, los cuerpos recién lavados, hablo de mujeres porque es lo que hay en los vestuarios que frecuento. 

El pelo mojado, peinado hacia atrás, goteando en los hombros o en la espalda. Imagino el olor del shampoo, la temperatura de la piel, la nuca fresca. Es indiferente la edad, el peso, las várices o la celulitis. Creo con mucha convicción en la resurrección de las almas con el agua que escurre, desde la coronilla hasta los pies, las miserias del mundo, los años, el sudor y los miedos. 

El agua corre y por un momento despoja al cuerpo de su humanidad, de su concreción física, de este saco de carne viscoso y lleno de fluidos. Mi hijo a veces no puede dormir porque imagina la sangre fluyendo por sus venas y ese movimiento, imaginario porque no lo percibe, lo inquieta. Tiene miedo de que un día empiece a escuchar ese torrente y lo vuelva loco. Se concentra en él, pero no quiere sentirlo. Escucharlo sería traslucir ese mecanismo mucilaginoso que lo asquea. 

Creo que el horror surge de la conciencia de que tantas funciones que no controlamos nos mantienen con vida y que si solo una de ellas falla, simplemente dejamos de existir. Me recuerda a su hermana cuando en un avión el piloto la invitó a conocer la cabina de mando y volvió con un rictus de espanto en su rostro. ¿Iba ese hombre a ser capaz de coordinar esos miles de botones, palancas, llaves, señales, luces, cruzar un océano y bajar sin sobresaltos? La conciencia lúcida del cuerpo físico y sus complejísimos sistemas puede llevar a la misma fobia. 

El agua nos descarna por un rato, mientras dura la frescura en la piel, el cuerpo tiene un paso liviano, límpido, cristalino y bello, sobre todo, bello. 

Una mujer se peina frente al espejo. Está envuelta en una toalla y mientras mueve su brazo. Como un cencerro gracioso, choca sus pulseras y suenan. Yo no uso pulseras, ni aretes, ni collares porque creo que hay que sentirse más mujer para eso. O más femenina. O sentir cierto orgullo de lo que ha tocado en suerte en aquella carrera de cromosomas y honrarlo. No me pasa. Vivo mi género como mi color de ojos, como algo circunstancial. Igual, hay algo de atractivo en esa defensa de la postura femenina. Lo femenino y lo masculino no es más que una postura, una impostación de un personaje y a veces las chicas levantan banderas a favor de esa identidad, usan faldas, pulseras, labiales y hasta flores en la cabeza, agitando todos los símbolos de su feminidad en una marcha permanente que reclama a gritos su filiación. Tampoco siento que traiciono a mi clan, pero nunca me animó honrar el ciclo menstrual, la capacidad reproductiva ni ninguna de las eventualidades biológicas que nos separan del hombre. 

La mujer se sigue peinando. Esa frescura, ese halo de pureza que otorga belleza infinita a cualquier cuerpo, que lo hace resplandecer, flotar, como si el viento se llevara su polvo en vida, se desvanece después del contacto con el aire que va secando y endureciendo los pensamientos, las emociones, los rasgos y las extremidades. Mientras el cuerpo se seca, recupera su gravedad, el agobio y el desasosiego. La luz se hace cada vez más débil y se contrae sobre sí misma. Los cuerpos se encogen, se marchitan, duelen, pesan, son feos, se encorvan en su imperfección y finalmente se apagan para confundirse con cualquier otro cuerpo hecho de barro. 



sábado, 24 de julio de 2021

Jorge Montero, el cartero que salió a buscarse a sí mismo y se perdió.

 

Le gustaba decir que era cartero, aunque había derivado en repartidor de Amazon, pero lo percibía como una degradación del oficio. Antes llenaba su bolso de pasiones humanas, cartas manuscritas de amores urgidos, amistades desencontradas, postales lejanas de travesías exóticas, de esos viajes que trascendían sin el registro diario y sin el testimonio continuo de la imagen, excusa perfecta para maravillosas y arriesgadas anécdotas fingidas. 

El cartero, como ese transgresor de las fronteras, como el irreverente que se burla de la distancia y regala a quien la espera con desasosiego la voz de otro que está lejos, había muerto. Ahora llevaba cajas con objetos sin sentido, caprichos del aburrimiento o de la soledad. Cosas que la gente se mandaba a sí misma y recibía con sorpresa. 

Un día su trabajo perdió razón de ser. No fue de un día para el otro, pero un 5 de septiembre renunció y no buscó otro trabajo, se quiso buscar a sí mismo. La familia de Jorge decía apoyarlo aunque no sabía cómo. Le sugirieron que empiece a practicar yoga o que se haga reiki. El empezó por yoga, después hizo reiki, terapias con cuencos tibetanos, visitó a un chamán en Perú, tomó Ayahuasca en México, se rapó el pelo, se hizo vegano, feminista, ecologista, cambió de género tres veces y se casó con un Mariachi.

Su familia lo perdió de vista durante dos años hasta que un día lo encontraron desnudo, tapado con una frazada en la puerta de un Supermercado en La Paternal. 

Jorge, sos vos? - preguntó su mujer.

El la miró con los ojos vacíos y luego la reconoció.

No sé si sigo siendo yo - dijo Jorge con un hilo de voz.

Ella se sentó a su lado y apoyó su cabeza en la frazada mugrienta.

Pasaron dos años, yo tampoco soy la que era. ¿Y? ¿Te encontraste?

Jorge se encogió de hombros y ella revoleó los ojos.

Te tendría que haber preguntado a vos. Vos eras la que sabía dónde estaba todo en casa. La tijera, la cinta scotch, el alicate...no se te pasaba nada. Te tendría que haber preguntado dónde encontrarme. ¿Qué hubieras dicho?

Ella lo abrazó, aunque se apartó rápido por el olor a perro mojado.

En el silencio. Todo estamos ahí donde no se escucha otra cosa.

Mierda. ¿De dónde sacaste tanta sabiduría?

La casa estuvo muy callada desde que te fuiste. 


martes, 6 de abril de 2021

Guía para dormir la siesta un domingo por la tarde.

Me urge dejar en claro que una siesta de domingo debe cumplir con el requisito de la potencialidad infinita, es decir, no debe responder a limitaciones de tiempo o espacio. Su cadencia de ninguna manera tiene que sufrir la prisa de un evento impostergable, ni la de un compromiso ineludible. Una vez que el durmiente alcance la profundidad del sueño, deberá entregarse de lleno a sus abismos con el inconsciente limpio de agenda. 

Asegurado este requisito, recomiendo el uso de pijama. Cuando estamos calzados en ese algodón gastado de estampado absurdo el cuerpo se predispone instintivamente para el descanso. También sugiero el uso de su propia cama, por los mismos motivos, pero si la pereza lo sorprende en jean sobre el sofá de la casa de un amigo, no se resista y ejerza su derecho a la siesta, aunque sea en jurisdicción ajena. 

Puede comenzar con un bostezo que sea casi un exorcismo, para luego darse de bruces contra el colchón. Si el clima lo requiere, una vez arropado, estirarse con fuerza, tensando hasta el último músculo y sostener esa tensión lo máximo posible, sin llegar al desgarro, pero reflejando el esfuerzo en el rostro ridículamente contraído. Inmediatamente relaje sus carnes, derrítase sobre las sábanas. Entregue todo su peso a la superficie, como si fuera a traspasar el colchón con su cuerpo y con una exhalación, suelte su mente y caiga. 

La experiencia de la siesta puede acercarse al éxtasis si es coronada con el sonido de una tormenta de verano, el arrullo de las chicharras, un fuego cercano crepitando o la promesa del aroma del pan recién horneado. 

Durante los domingos nuestro inconsciente suele visitar más a menudo patios de la infancia, el patio de la escuela o de la casa de alguna abuela o patios con naranjos que nunca conocimos durante la vigilia. Las imágenes emanan una humedad perfumada que nos abraza y nos acompañan con amor hacia estamentos más profundos del sueño. En la cocina de un apartamento de vacaciones, en un coche o en la habitación de algún lugar donde jamás fuimos se reúnen de manera anacrónica y transgrediendo las leyes de la vida y la muerte, las personas más significativas de nuestra vida. Es un encuentro lleno de risas y qué lindo es verlos reír de nuevo. Ningún despertador, vendedor de bombonas de gas o camión recolector debe interrumpir el cosquilleo en el corazón de una siesta de domingo. 

Al despertar habrán pasado 20 años o muchos más. Quédese acostado y relámase con las imágenes todo lo que pueda. Luego, con calma, tómese el tiempo necesario para averiguar si debe merendar o cenar. 




jueves, 19 de noviembre de 2020

Ensayo sobre la materialidad de las emociones

Marcos Pollansky gustaba de visitar librerías antiguas y deslizar sus dedos por los rugosos lomos de libros centenarios. A veces se detenía ante un título y acariciaba las páginas leyendo algunas frases al azar. Lo primero que disfrutaba era esa exhalación, entre húmeda y polvorienta que chocaba contra sus mejillas al abrirlo. Lo segundo que lo excitaba era preguntarse por los otros lectores que lo habían abierto, cuándo sucedió eso o si era un libro absolutamente virgen y él profanaba sus secretos por primera vez. Lo último que lo estimulaba era el contenido. Generalmente era basura literaria con historias clase C o teorías ridículas ya descartadas. 

El viernes por la tarde, como todos los viernes por la tarde, Marcos devoraba con las yemas de sus dedos las filas de libros abandonados en el último cuarto de un local del centro. Se detuvo en uno: ¨Ensayo sobre la materialidad de las emociones¨. El autor se llamaba Nicolas Duquenne, era médico, y lo había escrito en Francia en 1824. 

Todo el libro era un extenso y detallado análisis sobre la física de las emociones. Marcos, impresionado, subrayó algunos párrafos: 

¨Las angustias cargan la pesadez del desconsuelo. Son densas, de movimientos lentos y elásticos. Una pena es un fluido apelmazado y oscuro que se fija con vehemencia a los órganos. El dolor, además llega a tener una temperatura de 42 grados y su contacto frecuente con las vísceras puede corroer sus tejidos. La aflicción o el agobio se escurren con más facilidad y pueden llegar a cavidades recónditas. Las tristezas, sin embargo, son las únicas de la familia que se encuentran en estado gaseoso. La tristeza ocupa la sutilidad del aire y al contrario de las demás emociones que presionan y empujan con su intensa presencia, las tristezas hinchan el interior con el volátil aliento de la nada.¨

Marcos pensó que estas disparatadas descripciones no podrían ir más lejos, pero había páginas y páginas describiendo, por ejemplo el olor rancio de las decepciones o la textura encrespada del odio.  

En el segundo capítulo de esta obra de 234 páginas se explaya sobre las alegrías. Con la misma obsesión señala rasgos y hasta gestos de estos sentimientos, pero lo sorprendente es la conclusión final. En las palabras de Duquenne:

¨Los pesares decantan y se acumulan en la base de nuestro ánimo, son apilables e incorruptibles, son contables, divisibles, etiquetables, manipulables y su materia no se altera a través del tiempo. Mientras que el entusiasmo bulle en la superficie y se escapa en forma de burbujas. El rocío de sus explosiones refresca de forma efímera nuestro temple. Es imposible atraparlo para estudiarlo y cuando acudimos al recuerdo no somos capaces de desenredar su esencia de las hebras de la fantasía, por eso, no he podido demostrar en mi obra la fehaciencia de su existencia, pero cedo el desafío a los hombres del futuro que con sus máquinas podrán cribar la verdad.¨

Marcos, pasmado, cerró el libro, abrió un vino y tomó la posta. Ya era viernes por la noche.


sábado, 31 de octubre de 2020

El coach del fracaso.

En esta sociedad exitista y competitiva donde los cuervos, a los que nos les queda otra que criar cuervos, andan ciegos y las gallinas con más huevos que nunca, Marcelo Kempes encontró su nicho y se convirtió en el primer coach del fracaso. 

Marcelo descubrió que la mayoría de las personas que alcanzaron sus objetivos en la vida fueron guiadas por mentores motivacionales, pero existía un mercado mucho más grande, el de los fracasados que no eran acompañados por nadie. Kempes vio con claridad la soledad y la invisibilidad del fracaso y focalizó sus estudios en copilotear a anónimos sin futuro.

Su metodología era directa, invasiva, incisiva y muchas veces lo sacaron a trompadas, pero él era implacable porque estaba convencido de que el abordaje directo era el más efectivo. 

En primer lugar pedía que sus entrenados hagan una lista de los que consideraban sus mayores fracasos en todos los ámbitos. Después debían leerla en voz alta y soportar que Marcelo se cague de risa. Entonces, cuando pensaban que ya no tenían dignidad, aparecía una fuerza que los movía a defenderse. Algunos sólo lo hacían con puños en el estómago, otros rebuscaban argumentos y argucias para sacar aspectos valiosos de sus experiencias y refregárselos en la cara. Otros muchos se cobijaban en la simple comparación y se iban vociferando: ¨Y vos de qué te reís? Pelotudo!¨ De una manera o de otra, Marcelo siempre lograba sus objetivos: 1) que el cliente reconozca su fracaso, lo enfrente, lo acepte, 2) que deje salir la ira que le provoca y 3) que se sienta mejor consigo mismo. 

A fin de cuentas, la cima es el final del camino y el fracaso es una invitación a volver a empezar. Igual, Marcelo no piensa eso, lo hace por plata.


martes, 20 de junio de 2017

Franco Borestein, el político ambiguo.

Franco nunca terminó la universidad porque en su afán de comprender el mundo y al hombre fue estudiando aleatoria y transversalmente asignaturas de diferentes carreras de bases tan disímiles como Biología, Matemática, Periodismo, Psicología, Reflexología y Teología, entre otras.
Franco, mientras desayunaba, creyó vivir una epifanía y pensó que debía dedicarse a la política para cambiar el mundo, o al menos empezar desde su localidad. Inmediatamente se precipitó a escribir su primer discurso que reflejaba su eterna inquietud, su cambio permanente, su inconsistencia ideológica, sus convicciones reversibles y su flojera moral.
En los bocetos que se rescataron de su última morada, se podían leer estos párrafos, incansablemente tachados y reescritos.
¨El mundo es injusto y la primera lucha debería ser la lucha por la igualdad. Una igualdad que no sea estandarización o normalización, una igualdad que haga énfasis en la diferencia, porque sólo podemos ser iguales si podemos diferenciarnos y explotar nuestra individualidad, nuestra unicidad, si podemos vivir profundamente nuestra particularidad dentro de un colectivo social.¨
Franco, aparentemente, abandona este concepto de igualdad-diferencia después de muchos pasajes tachados al verse enredado en argumentos que lo llevaban a conclusiones siempre enfrentadas.

En la página 7 trabaja el tema de la meritocracia con estas palabras: ¨El merecimiento es el motor del progreso, el incentivo al trabajo y la zanahoria del burro¨. Esta última metáfora evidentemente le provoca un giro en su discurso y sigue así: ¨La recompensa al trabajo es la mayor herramienta de domesticación¨ No conforme con eso, mientras escribe, reflexiona y el vaivén de ideas se profundiza. ¨La meritocracia es una forma de mantener una estructura social estática al ignorar las limitaciones de acceso al trabajo o estudio. La injusticia de base es la madre de todas las diferencias¨ Aquí se hacen presentes espontáneamente sus estudios religiosos y agrega que ¨ no hay injusticia inicial, hay justicia celestial y más allá de lo que juzguemos en la Tierra, existe una meritocracia karmática que explicaría porqué algunos nacen en Noruega y otro no. La clave es juntar millas espirituales con buenas acciones¨. De pronto parece descubrir que esta es otra treta para naturalizar las restricciones de arranque de cada uno y arriesga una teoría japonesa que tiene que ver con la aceptación de las propias limitaciones como atajo a la libertad. Sencillamente, entregarse a la realidad en forma aerodinámica, sin fricciones, sin resistencias, con la paz del que no quiere luchar. Esta última reflexión fue la que llevó a Franco Borestein a que súbitamente todo le chupe un huevo y esa sensación emancipadora lo hizo abandonar, durante el almuerzo, el proyecto político. El hizo carne de la negación como opción válida y el delirio ante la polarización para escapar de la dualidad y la contradicción: ¨Azúcar o edulcorante? Perro! ¨, ¨Flaca o pulposa?¨ Pateá al ángulo!. Franco se corrió tanto que ya no pudo volver o no quiso volver. Algunos dicen que lo vieron en trikini en el 144, otros dicen que no saben quién es Franco Borestein, pero es innegable que su lucidez, aunque fugaz, iluminó el camino de muchos...o los muchos caminos de pocos.

martes, 30 de mayo de 2017

Te voy a decir la verdad.

No quiero, gracias. A veces la sinceridad es grotesca, ofensiva, dolorosa o desubicada. Guardo cierto desprecio por la gente que enarbola la bandera de la sinceridad y además la condimenta con una brutal frontalidad. No pido que me mientan descaradamente, pero sí que ajusten su versión de las cosas con empatía y que se muevan con cintura en temas delicados. Hay mucho de perverso en alguien que te escupe una observación cruel en nombre de la franqueza, como si eso debiera quitarle el halo de mala intención.
La verdad no es una sola por eso el fundamentalista de la sinceridad también tiene algo de arrogante y de equivocado. Lo que se postula a gritos como verdad, a veces, es una opinión, una sensación o sólo una versión de los hechos.

Jóvenes argentinos, no se dejen avasallar por las declamaciones de estos profetas de la espontaneidad porque sólo tratan de convencerse a ellos mismos. La próxima vez que alguien te hiera con ¨su¨ verdad recuerda que sólo los imbéciles alojan certezas absolutas y están buscando discípulos todo el tiempo.

Fenómenos


Estoy convencida de que soy protagonista de un fenómeno que tiene que ver con una disfunción en el paso del tiempo. Si bien inicié mi carrera cronológica en el mismo momento que mis coetáneos, en algún punto ellos fueron arrastrados por el devenir de la decrepitud, mientras yo, sin duda, he sido olvidada por alguna década. Esta observación que puede parecer subjetiva se comprueba fácilmente en reuniones de ex alumnos, ex combatientes o reencuentros de veteranos. Claramente aquellos que acusan mi edad se ven mayores y no veo a nadie que, como yo, haya esquivado con tanta eficacia la senilidad. Ellos me miran con asombro y estoy segura que deben preguntarse sobre mi condición. Yo tampoco dejo de cuestionarme porqué los demás envejecen y uno no.

lunes, 29 de mayo de 2017

Malditas artesanías

Aquellos objetos que consideramos “artesanías” poseen un valor extra que reconoce el trabajo dedicado de un artista y la magia de sus propias manos. Hoy, en plena era industrial y digital, esto tiene una tasación mucho mayor, pero no nos dejemos engañar por la vuelta a las manualidades, los materiales nobles y el culto a la manta de oveja nórdica, hay artesanías que son horribles. Las principales víctimas de esto son los turistas desprevenidos, que embelesados por el encanto soberbio de las sierras cordobesas, compran duendes tallados en madera con cabello de paja y rasgos endemoniados. Si ningún adulto responsable dormiría solo con esa criatura en la mesa de luz, entonces por qué, además de comprarlo, te lo regalan como una muestra indiscutida de que te recordaron en medio de los trajines del periplo. Uno, agradecido, lo entierra en el rincón más oscuro del hogar hasta que un día se eleva entre juguetes rotos y no tenemos dudas en desestimar el acto de amor que lo trajo ahí y tirarlo, pero de pronto aparece algo más. Sobre el tronco donde está sentado se lee la frase: “Duende de la fortuna”. Eso lo cambia todo. Ahora nuestro objeto horrible está embebido de un poder especial y nos asaltan todas las dudas esotéricas. ¿Si lo tiro caeré en desgracia? Bueno, mientras estuvo allí tampoco salí en la tapa de Forbes, entonces podría desprenderme sin problemas. ¿Y si lo que logré fue por su presencia y en su ausencia todo hubiera sido peor? ¿Y si en vez de tirarlo lo vuelvo a esconder? ¿Y si se ofende? Porque hasta ahora sólo podría haber sido víctima del olvido, ¿pero si el duende es consciente de que mi decisión de ocultarlo es alevosa, racional y lúcida? ¿No se tomará represalias? Miramos fijamente esos ojos gigantes de madera, ojos alienígenas, buscando una respuesta y nos preguntamos con qué necesidad el artesano habría de dejar caer sobre esta pieza semejante maldición. Lo miramos de nuevo, tomamos fuerza, lo ponemos en el fondo del tacho de basura (con delicadeza) y nos hacemos cargo de nuestra vida, recuperamos la fe en la ciencia y en la modernidad. Pero, en algún lugar, en lo más profundo de nuestra conciencia esos ojos macabros no dejarán de mirarnos a través de todas las bolsas de polietileno que nos crucemos durante el resto de nuestra existencia.

viernes, 8 de julio de 2016

Los poetas de la vida

Ya lo decía Charles Manson a su grupo de seguidores en los años 60: “La palabra es el ladrillo de la realidad”. Con el objetivo de arrancarnos de la miseria cotidiana, de la mediocridad de la existencia y con los fines no tan confesados de evitar revueltas sociales, levantamientos masivos o suelta de veganos, se ha creado un grupo conocido como ¨Los poetas de la vida¨.
Algunos creyeron identificar a parte de sus miembros, pero esto es improbable, los datos son muy inciertos y contradictorios ya que actúan destrás de bambalinas moviendo los hilos invisibles de nuestra interfaz con el mundo. Su misión es nombrar con palabras que nos llenan de ilusión y esperanza a cosas o actividades que no salen de la vulgaridad y el desatino del sistema. Se han reconocido algunos trabajos como bautizar con los nombres de Cardiobox, Crossfit, Hotfitness, Fitterclass, FitFuckingFatBoy a la acción y efecto de saltar como un mono para bajar las medialunas del domingo. También se inmiscuyen rastros de la obra de estos poetas en los comerciales de yogur donde esta ordinaria leche cuajada pasa a resolver aspectos vitales de la existencia por medio de probióticos y lactobacilus que tienen el poder de regular el intestino, proteger la flora, fauna y facilitar el acceso a un crédito hipotecario.
El marketing es un caldo de cultivo constante de estas denominaciones que hacen que vender un jabón para lavar la ropa nos eleve al nivel de “hacer un planning inbound y outbound para lograr el engagement del target¨.
Y ni hablar del menú en los reastaurants donde cualquier obrero alienado puede convertir su experiencia de comer un sánguche de milanesa en degustar un “Tierno filete de aberdeen angus con lluvia de harina crocante en cama de masa fermentada con mayonesa”.

El debate moral es ajeno a este escrito y queda a elección del lector someterse a la bijouterie verbal para aliviar su carga existencial o ser quien desenmascare la maquinaria simbólica que tiende un manto de fantasía sobre nuestra humanidad y agrega cumbia, couching y Paulos Cohelos al mate cocido diario.

martes, 4 de marzo de 2014

Misterios de la selva Parte III


Sucedió entre 1978 y 1983, nadie recuerda bien cuándo. Tampoco saben decir si realmente sucedió. Lo que no genera ninguna duda es dónde. Cualquier paisano que reaviva la historia puede ubicar precisamente el punto de los hechos. “En el corazón de las yungas, a orillas del Río Los Noques, a la altura del cerro Maldonado”. Así empieza el relato cada vez que alguien decide evocar la magia de aquel día.
Don Julio, que era conocido como “el tigrero”, era famoso por haber ultimado a 148 yaguaretés. Los yaguaretés, que también son conocidos como Yaguares, Uturoncos, Nahuel o Manchados, son populares por ser los mayores felinos de américa. Algo había entre estas dos especies que no podían convivir en el mismo territorio. Se olían, se rechazaban, se detestaban. Julio podía seguir sus rastros hasta en el aire y la estela invisible de ramas rotas que dejaban a su paso. Ellos habían aprendido a escuchar el silencio que él hacía cuando se agazapaba detrás de un quebracho.
Un día, Don Julio, perseguía el indicio de una hembra con su cachorro. Siguió la pista etérea hasta un claro donde se encontró súbitamente, cara a cara, con el enorme gato. La respiración del animal parecía tranquila y no había en su cuerpo indicio de alarma. Julio se desorientó. Detrás de esa hembra magnífica apareció su cachorro y se detuvo junto a ella. Los dos hincaron sus ojos amarillos en los ojos del cazador. Sin temor, sin odio, sin expresión. Un pecarí apareció de la nada. También dos corzuelas y un tapir que parecía perdido. Todos se detuvieron frente a Don Julio y lo miraron profundamente. No había amenaza, pero un escalofrío intenso recorrió como un látigo su espalda desnuda. Primero se tensó. Inmediatamente relajó todo su cuerpo y examinó cada par de ojos. El momento parecía interminable. ¿Cuánto más iban a sostener la mirada? ¿por qué lo miraban? Soltó el rifle y lloró. LLoró como cuando era chico. El desconsuelo era infinito. Abandono. Tristeza. Miseria. Soledad. Nadie calmaría ese llanto. Nunca.
Los animales fueron abandonando el lugar lentamente. Julio se quedó sin lágrimas, pero aún sigue llorando.



viernes, 19 de octubre de 2012

Gladis

Gladis es medium y hasta el momento sólo había utilizado sus dones para conectarse con los muertos dentro del marco laboral donde invocaba espíritus profesionalmente para la satisfacción de sus clientes. Un día de inmenso aburrimiento convocó a la primer alma que quisiera acudir sólo como para charlar un rato. Entonces se presentó un romano que había vivido el auge del imperio y más aburrido él de vagar por las inconmensurabilidades de la eternidad aceptó de buena gana el diálogo y comenzó a contarle sobre las costumbres de la época, las ciudades, la comida, la vestimenta y pronto se adentró en intimidades y chusmeríos de los emperadores lo que avivó la charla hasta las cinco de la mañana. Gladis ya se había servido varias copas de vino y había encendido un cigarrillo, pidiendo disculpas por si estaba atravesándolo con el humo. Ella se reía como loca y Marco hacía cada vez más fabuloso su relato para estirarlo lo más posible, ya que cuando ella lo decidiera, terminaría la conversación y vaya a saber cuántos miles de años tendrían que pasar para hablar nuevamente con alguien. Finalmente Gladis lo despidió, pero le sugirió que ande atento porque había disfrutado plenamente de su compañía y quería volver a canalizarlo. Gladis se durmió profundamente y aún dormida soltaba algunas carcajadas que le provocaban las anécdotas de Marco.
Al tiempo se le hizo un vicio y no se conformaba con invocar a un espíritu, sino que bajaba a grupos enteros con los que se divertía como una cabra. Marco casi siempre asistía y era uno de los últimos en irse. Una vez, Gladis estaba muy borracha y les dijo a todos que no tenía fuerzas para devolverlos, que podían quedarse a dormir allí, total, eran 27 pero no ocupaban lugar. Marco aprovechó esa oportunidad e intentó seducirla susurrándole palabras lascivas al oído. Ella le dijo que él la hacía sentir viva. ¿Me estás jodiendo?-le respondió. Ella se sintió una imbécil y los mandó a todos a casa.

sábado, 9 de junio de 2012

Misterios de la selva II

La rutina de la normalidad nos libra del sinsentido. Medimos, calculamos, destilamos la lógica de cada movimiento del universo para que todo sea matemáticamente predecible, esperable, para que mañana el mundo, amablemente, funcione igual que ayer. La posibilidad de que esto no suceda nos enfrenta con preguntas sobre la mismísima existencia, que no es otra cosa que la angustia y el infinito. Una vez, Pablo Miguens vio algo que no tenía que ver, que hubiera deseado no haber visto jamás. Un 20 de junio de 1954, en algún lugar desde donde se podía escuchar el murmullo de los saltos del Moconá, Pablo notó que el sol estuvo en el cénit durante 49 horas. No estaba loco, no estaba enfermo, no estaba borracho. Con el terror de la perfecta lucidez fue testigo y víctima del enigma. El sol no salió, el sol no se puso, el sol no se movió por poco más de dos días. Los únicos que siguieron su ritmo fueron el hambre, el sueño y el reloj, vestigios de la costumbre. Las aves buscaron refugio en los árboles, pero no lograron conciliar el sueño, revoloteaban perdidas y agotadas de una copa a la otra. Sus vuelos entrecortados y cantos irregulares se cruzaron con la queja de ranas y sapos. Pablo pensó que estaba muerto o loco, pero como estaba solo, no pudo corroborar ninguna de las dos ideas. Hacía ejercicios mentales para recordar quién era, dónde estaba y cómo se llamaban sus perros. Quería atarse a la cordura repitiendo el nombre de las cosas que conocía y recordando la forma de su casa y la casa de su infancia. De vez en cuando se pinchaba o se cortaba para que su cuerpo también estuviera presente. No recuerda si durmió o no. No puede asegurar que lo que vivió haya sido real, pero jamás lo negaría. De un momento para el otro empezaron a crecer las sombras y el alivio de la tarde o la oscuridad de la noche consolaron su locura. Su reloj se sincronizó con el universo. En el pueblo las estrellas nunca faltaron a su cita, los chicos se le rieron, los grandes se callaron por respeto o por miedo y algunas viejas recordaron relatos de viajeros extraviados que contaron la misma historia. A veces el sol no sale ni se pone en la selva. A veces.

lunes, 2 de abril de 2012

Misterios de la selva. Parte I

En 1921, en medio de la selva Misionera, Francisco Torres descubrió algo maravilloso. Durante una expedición, Francisco se alejó de la caravana y se aventuró entre la densa vegetación siguiendo el rastro de un enorme felino. Su oído se agudizó e intentaba concentrarse en los sonidos que lo llevaran hacia él. La selva pareció cerrarse sobre su cabeza como una enorme bóveda donde resonaban trinos, aleteos, cantos de ranas, grillos, chillidos, ramas moviéndose y el indescriptible eco de millares de insectos que creaban un rumor espeso y continuo. Justo a la altura de un gran lapacho negro, sucedió. Bastó un paso para que todo quede en absoluto silencio. Francisco se paralizó. Pensó que sus oídos, de pronto, habían dejado de funcionar. Sacudió la cabeza, con las manos se hizo sopapa en las orejas y bostezó reiteradas veces para destaparlas. Nada. Se asustó y dio un salto hacia atrás. Todos los sonidos volvieron a estallar a su alrededor. Aliviado, Francisco retomó el camino y a la altura del gran lapacho la selva volvió a enmudecer, como si el árbol con su sombra apagara cada voz. Se le ocurrió esa idea descabellada y recorrió la sombra del lapacho. Efectivamente, dentro de la silueta oscura que dibujaba el árbol, todo permanecía en silencio, pero apenas se asomaba al rayo del sol la música de la naturaleza revivía. Confundido, Francisco miró a su alrededor como si allí hubiera una respuesta. Entraba y salía de la sombra frenéticamente.
Finalmente optó por el silencio y se sentó al resguardo de aquel árbol magnífico. La gente no le creería y si le creían, iban a arrancar el árbol para estudiarlo, para abrirlo, para disecarlo, para despedazarlo, para robarle su magia. Entonces durante toda la tarde, hasta que cayó el sol sobre los otros lapachos, cedros, guatambués y laureles, disfrutó del maravilloso e increíble silencio. Luego se paró y empezó a caminar hasta unirse con el resto.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Hoy mi mundo tiene el tamaño de tu panza.

LLevo tu olor en el alma y tus mejillas en mi boca.
Beso tus manos como almohadones de plumas, como conejos blancos, como espuma.
Beso tus pies de aire, tus pestañas de viento.
Hamaco tu llanto, le canto a tu sueño, le hablo a tus ojos y le susurro a tu pelo.
Mi compañero, mi amigo, mi apoyo, mi sentido, mi motivo, mi maestro.
Me multiplicaste, me dividiste, me sumaste.
Me despertaste, me enamoraste.

Récords

Lejos estamos de las epopeyas griegas, las interminables cruzadas romanas y las increíbles aventuras de los navegantes de Isla de Pascua. Hoy las páginas de diario se llenan de héroes sin batalla, causas estériles y retraso mental.
Gerardo Salvatierra fue uno de los personajes más famosos del momento cuando en 1987 se propuso dar la vuelta al mundo en bondi, pero en Paraguay se quedó sin monedas. Por su parte, Armando G. Ramírez quiso pasar a la fama escalando el Aconcagua en chancletas mientras Eliseo Camio compró 2 millones 700 mil salchichas y procuró unir Rosario con Cañuelas poniendo un embutido al lado del otro, récord que después intentó superar su hijo, Eliseíto repitiendo la hazaña, pero poniendo las salchichas en forma vertical (pero sólo llegó a parar 3 salchichas juntas).
Con la modernidad la humanidad ganó algo y perdió algo mucho más grande.

domingo, 9 de octubre de 2011

Los viajes de George

Georges Bekerly nació en la Inglaterra de 1794. Una época donde los exploradores desafiaban insolentemente los límites y se lanzaban a atravesar mares o surcar ignotas tierras en los rincones más remotos del planeta. Eran los tiempos de las almas inquietas, los curiosos voraces y los valientes con tierra en los zapatos. En esas fechas agitadas, nació Bekerly que desde pequeño alimentó el deseo de recorrer el mundo. Durante innumerables tardes abandonó su mirada sobre el mar mientras soñaba con grandes travesías. En su juventud alcanzó la popularidad dentro de su nación por planificar las excursiones más atrevidas. Bekerly proyectaba los viajes más audaces desafiando todas las fronteras conocidas. Profundamente obsesivo, diseñaba cada legua. Corregía y cambiaba rumbos según noticias de viajeros, intuiciones espontáneas, deliberados razonamientos, nuevos intereses y a veces hacía caso a alguna que otra tía que de metida le sugería una ocurrencia que le hacía modificar alguna traza. Así borró, enmendó, cambió, ratificó y volvió a cambiar los destinos de su travesía tantas veces que los rumores de su increíble viaje traspasaron los límites de la vieja Bretaña y empezaron a extenderse por otros continentes. Georges Bekerly iba a ser un viajero temerario, aquel que se llenaría los ojos con paisajes nunca vistos, que probaría frutos deliciosos de árboles exóticos, que enfrentaría bestias indescriptibles o llegaría a tierras de mujeres increíblemente hermosas. Cada nueva modificación de su itinerario multiplicaba los comentarios y conmovía más intensamente a sus contemporáneos.
Georges Bekerly perturbado y encaprichado con diseñar la travesía perfecta, pasó su juventud encerrado en su habitación.
Con los años empezó a corregir su viaje según las limitaciones que le iba imponiendo la edad. De todas maneras, Georges nunca perdió su entusiasmo y tampoco su elocuencia ya que todas las tardes era acosado por niños que le pedían que les hable de su viaje. El disfrutaba enormemente relatándoles cada particularidad de la aventura.
Durante sus últimos años, apurado por la vejez, decidió de una vez por todas definir su itinerario, lo que hizo que casi no saliera, ni siquiera para contar sus futuras hazañas. Ya no hablaba con nadie y algunos dicen que hasta había perdido las ganas de zarpar. Los niños lo alentaban, las viejas del barrio se reían y muchos simplemente lo olvidaron. Georges no se rindió, o tal vez sí, pero a nadie le importó.

jueves, 9 de junio de 2011

El gato que hace ruido.

En tu cuello puse un collar amarillo y un cascabel. Puede haber millones de gatos parecidos a vos, pero vos tenés un collar amarillo y un cascabel. Y no cualquier cascabel. Es uno muy especial que puedo distinguir aún cuando estás lejos. Uno que me sacude el corazoncito cuando te escucho llegar después de mucho tiempo, que me avisa que te despertaste y que tenemos otro día más para jugar juntos, que se mueve furioso cuando te rascás molesto o tiembla suavemente con tu ronroneo.
Los gatitos son sigilosos y se mueven en silencio, pero vos revolvés el aire con tu paso, alborotás la casa con tu trote y me regalás esa sencilla felicidad de estar escandalosamente vivo.

viernes, 13 de mayo de 2011

Hoy mi panza tiene el tamaño de tu mundo.

Imperfecta. Equivocada. Disconforme. Muchas veces enojada con el mundo. Otras tantas maravillada por un árbol amarillo, un perro corriendo o el gesto amable de un desconocido. Me río con todos, pero lloro sola. De ideales grandes, desilusiones enormes y logros magros.
No sé qué enseñarte, quiero aprender todo de nuevo con vos. No sé por dónde empezar a mostrarte el mundo porque cuando nazcas, va a ser un lugar totalmente diferente para mí. No sé si tengo mucho para darte, pero me va a alcanzar tu necesidad para conseguirlo todo.
Tengo una sola certeza: podés confiar en mí.
Tal vez sólo te tocó en suerte durante el reparto cósmico de madres. A mi me gusta pensar que, a pesar de todo, me elegiste.

jueves, 5 de mayo de 2011

Tu cuna

Tu cuna es azul, para que tus sueños sean profundos.
Tiene 3 ositos colgando de un barral. Están quietos, en silencio, esperando el día en que puedas hamacarlos con tus manotazos divertidos o que juegues a rozarlos con tus pies de empanada.
Los ositos me miran. Yo los miro. Todo está en calma.
El aire pasa callado y sale por la ventana.
Como si el mundo entero estuviera esperando tu sonora presencia, la casa está más muda que nunca.

miércoles, 20 de abril de 2011

Microdancing

Atrás del paseador de perros y su manojo de canes dispares y disciplinados caminaba un callejero auténtico. Pelo corto de color indefinido, huesos sobresalientes, orejas grandes y mirada blanda. Seguía a la jauría instruida y caminaba a su ritmo, pero de su cuello entrecano no salía ninguna correa que lo conecte con el paseador. Claramente, se mostraba satisfecho de sentirse parte de la manada y aún habiendo nacido pulgoso, flaco y particularmente atractivo para recibir patadas, parecía no advertir que todas esos atributos también lo hacían invisible y libre, absolutamente libre.
Hoy tipo 7 pm, cuando escuchemos “Microdancing” tomando un Citric de pomelo, pensemos en nuestro propio cuello: ¿qué nos ata?

sábado, 19 de marzo de 2011

El lavarropas automático y la mediatización del hombre moderno.

Es muy poco difundida la obra literaria del eximio mimo Marcel Marceau, el maestro del arte de lo intangible, aunque la realidad es que sus escritos complementan y dan un sentido absolutamente revelador a sus presentaciones que muchas veces fueron tildadas por la crítica de Le Figaro “como una bêtise o una pelotudez”.
Marceau era un gran admirador de Marshall Mcluhan, quien en 1964 publicó La comprensión de los medios como extensiones del hombre, su trabajo más reconocido. De McLuhan retomó conceptos fundamentales y construyó su propio personaje como una crítica a la mediatización de las sensaciones humanas. Tanto McLuhan como Marceau estaban convencidos que la tecnología alejaba al hombre de sus raíces naturales y lo convertían en un lejano “operador de recursos”. Cualquier acto, al estar mediatizado, pierde contacto con nuestros sentidos y es imposible interiorizar sus consecuencias. Por ejemplo, no es lo mismo matar a un hombre con nuestras propias manos, sentir como se disuelve el calor de su cuerpo en nuestras palmas, sentir el peso sin resistencia en nuestros brazos, que tirar una bomba desde un avión y matar a miles. El registro consciente del hecho es diametralmente diferente.
Marceau lo expresaba simulando arrancar una flor y dándosela a una dama del público o palpando un plano invisible que jugaba de muro en la imaginación. En este acto, del que se puede preciar cualquier improvisado en la parada de un semáforo, Marcel expresaba la barrera sensitiva que las tecnologías y las herramientas levantaban en la experiencia del hombre, en su asimilación de los actos y en la responsabilidad que despertaba o no sus consecuencias. Por supuesto que nadie llegó a entenderlo tan claramente como cuando en uno de sus escritos dice: “si cada hombre lavara sus calzoncillos a mano, sería conciente de su propia mierda, se apagaría su orgullo, su individualismo, se reestablecerían los lazos de solidaridad y se tejería esa red invisible que siempre nos va a salvar de la acrobacia de estar vivos”. Marceau tenía un estilo que combinaba la crudeza de las palabras directas con la poesía de una nena de 15, pero aún así era contundente en sus ideas y la fuerza de sus conceptos brillan ineludibles en cada párrafo.
Ahora no puedo imaginarme a Marceau subir una escalera inexistente o tirar de una cuerda invisible sin reflexionar: Las tecnologías y los medios no sólo se interponen en nuestra experiencia, sino que la crean. Si no estoy enterada de lo que pasa minuto a minuto en Japón, no estoy viviendo en la realidad? Cuál es el límite de mi realidad? Pienso en la Aldea Global, nuevamente de Mcluhan. Ahora pienso en las miles de acciones cotidianas mediatizadas. Si no consiguiéramos carne en un paquetito en el súper, seríamos capaces de descuartizar una vaca con un Tramontina para comer un asado? Y luego despellejarla para hacernos unas botas? También pienso que somos animales automatizados, con reflejos y conductas repetitivas gracias al cautiverio social y la falta de estímulos reales.
Y ahora pienso en Raquel Mancini.

jueves, 24 de febrero de 2011

Pura espuma

El laboratorio de la Universidad de Cumbuco, Brasil, fue el escenario de una de las investigaciones más ambiciosas de la ciencia desarrollando una serie de experimentos que demostraron la presencia de organismos inteligentes en algunos jabones para lavar ropa.
Es de conocimiento popular la existencia de los Grambys, pero hasta ahora se sospechaba que sólo se trataba de un artilugio publicitario que conquistaba consumidores fantasiosos, aunque una rigurosa observación científica reveló una realidad, aún mucho más sorprendente que la de los Sea Monkeys.
En el laboratorio se logró reproducir el ambiente de un lavarropas y se arrojaron distintas marcas de jabones en un recipiente, pero sólo algunas crearon las condiciones necesarias para la generación espontánea de entes que, dotados de cierto raciocinio, respondían de formas distintas a diversos estímulos. Se observó que fagocitan partículas de suciedad y lo hacen con una ferocidad que parecen regular: tienden a mostrarse más excitados por el Ketchup y el café, que por la salsa de fideos o la tinta lavable.
Además, se pudo constatar una incipiente organización social que los divide en clases. Los Grambys azules son quienes poseen el mayor grado de dominación y a veces someten a los Grambys rojos a trabajos denigrantes, como son la limpieza de las medias después de jugar al fútbol o la musculosa del gimnasio en días de 40 grados. En muchas ocasiones los Grambys rojos se rebelan y se atrincheran tomando posesión de alguna que otra remera blanca, amenazando con desteñirla, pero estos son rápidamente reprimidos por los azules quienes les lanzan Suavizante para dispersar la situación.
“En este microambiente se repite la máxima marxista: La historia es una historia de lucha de clases”. Con esta frase comenzó su libro “Los Grambys y la excitación sexual que provoca Mr. Músculo en las burguesas” el sociólogo francés Chris Croisan, quien intenta transpolar los resultados de laboratorio a la actualidad social y darle una visión científica a su incansable discurso de izquierda.
George Lemausapant, un coterráneo, aprovechó para criticarlo y aparte de decirle que tiene un nombre ridículo, agregó: “La historia es una historia de lucha de clases, lo que no quiere decir que sea la naturaleza del hombre, ni su única posibilidad”.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Los taxistas y los chinos.

El pasajero desprevenido puede pensar que todos los objetos que se encuentran dispuestos en la cabina de un taxista son sólo fruto de una aberración en el sentido de la estética o una malformación en la capacidad de asociar bártulos con cierta coherencia visual. Este inocente viajero desconoce que detrás de cada pieza se esconden miles de años de una sabiduría ancestral: el Feng Shui.
Algunos de los secretos revelados relatan lo siguiente: Una cinta con los colores de Boca Juniors enroscada en la palanca de cambio brinda al conductor paz interior, una esfera de espejos colgada del espejo retrovisor central multiplica la luz espiritual y la dispersa en todas las direcciones, una estatuilla de plástico del Cristo Redentor aumenta las posibilidades de que le paguen con cambio, siempre y cuando esté mirando hacia el limpiaparabrisas derecho, si mira hacia el izquierdo, propicia conversaciones interesantes con el pasajero, si en el paragolpes hay un rotulado con la inscripción: Yani y Jhony, alude a un antiguo mantra chamánico que brindaba virilidad a quienes lo repetían, por último, los más comprometidos, ponen una fuentecilla de agua que circula constantemente sobre el tablero del automóvil para asegurar la clientela, lo que puede ser reforzado con un gatito que mueve el brazo duchándose en el dispositivo.
Feng Shui para todos.

miércoles, 12 de enero de 2011

La náusea

Sartre se chocó con la brutalidad de la existencia y escribió esa obra magnífica que nos aplasta de realidad.
La vida sería intolerable si pusiéramos atención a todos nuestros sentidos y nos dejáramos invadir. Pero a veces pasa. Hoy me pasa.
Empezó con una molestia en el estómago, una molestia presente y sonora. De pronto la magia de los procesos internos y silenciosos de nuestro maravilloso cuerpo se materializó burdamente en sonidos de líquidos que surgían a borbotones. Imaginé un recipiente de laboratorio hirviendo. Esa máquina que marchaba independientemente de mi voluntad, funcionaba a disgusto y con movimientos bruscos que me arrancaban puntadas de dolor. Me acosté e inevitablemente mi atención se centró allí. Como un vigilante curioso, empecé a repasar cada sensación de desagrado. De alguna manera el malestar subió a mi paladar y podía degustarlo como algo espeso y ácido. Sabía que concentrarme en mi estómago iba a intensificar la percepción de su presencia, por eso traté rápidamente de desviar mis pensamientos. Entonces vinieron recuerdos, uno atrás del otro, con una furia incontrolable. Y cada recuerdo, con una emoción asociada, una emoción que se amplificaba en este cuerpo ridículo que funcionaba como una caja de resonancias. Los pensamientos tristes me colapsaban automáticamente los latidos del corazón y podía escuchar cómo ese animal herido aullaba dando saltos irregulares. Los pensamientos melancólicos me dejaban sin aire. Las dudas me aceleraban la respiración. Empezó a aparecer un dolor puntual en la nuca e imaginé que eran más pensamientos que se agolpaban para luego vomitar su verborragia en el silencio de la habitación.
Se me ocurrió repetir una frase para ocupar el lugar mental y ahuyentar los sentimientos. Entonces empecé a rezar mecánicamente.
Fue allí cuando se materializó el calor. El aire no se movía y estaba cargado de humedad, me costaba tomarlo, me sorprendí haciendo fuerza para que entre e hinche mis pulmones. La frente me estaba sudando. Estaba agobiada. Jadeaba. La sábana tenía un olor salado, el mechón de pelo que me colgaba del hombro apestaba a perfume y en mis manos había un vaho dulzón, el fantasma de un durazno que a esa altura se me aparecía como el recuerdo de una criatura pestilente.
Me incorporé y creo que la luz de la ventana fue tan fuerte que me hizo marear, otra vez rechinó mi estómago. El miedo, el odio o la tristeza no ocupan tanto lugar como la repugnancia.
Querido Sartre, hoy soy existencia con acento, presencia indiscutible, carne de la náusea.

sábado, 1 de enero de 2011

La vida el shuffle II

Pienso que la música es el más importante y misterioso de los artes. Tengo una regla muy particular para medir el valor de los talentos y esa es mi propia capacidad para desarrollarlos. En el caso de la música, me resulta absolutamente imposible generar una combinación inédita de sonidos en mi mente y mucho menos canalizarla a través de un instrumento. Es lo más parecido a materializar la imaginación en estado puro, a condensar el espacio etéreo de una idea. No tiene colores. No tiene formas. Juega con la sutileza de las vibraciones del aire.
La música interviene directamente en el cuerpo y en el ánimo, sin ningún proceso intelectual, nos atraviesa y nos ensancha el alma. Pocas cosas nos embriagan con esa inmediatez y con esa lucidez.
Mi ipod es capaz de modificar el paisaje e imponer el ritmo en mi bici. El metal es desafiante, cruzo calles y surfeo autos con decisión. El rock hace que todo se mueva más rápido, hasta el pedaleo. Y las baladas sugieren un paseo más introspectivo, casi como una meditación dinámica.
A veces estoy de buen humor, a veces no, a veces no puedo identificar qué tipo de humor tengo y dejo que mi ipod controle la situación, yo sólo lo sigo. Irresponsable, sumisa, libre.

martes, 28 de diciembre de 2010

El Evangelio según Ruviolix

Estaba Jesús de Nazaret a orillas de un río hablando con sus discípulos cuando un Escriba se le acercó y sin saludos ni preludios sociales le preguntó: “Maestro, ¿cómo va a ser el fin de los días?” Por aquella época era usual que entre pescadores y vecinos charlaran cotidianamente de pormenores apocalípticos, así como del origen de los tiempos, ángeles, señales divinas o muchas veces repetían o intercambiaban parábolas mientras echaban las redes o barrían la vereda. Hoy se ha perdido esa sana costumbre y resultaría casi de mal gusto interrumpir una conversación para indagar abruptamente sobre el fin del mundo, pero más allá de tomarlo como una falta de cortesía, Jesús de Nazaret, devolviendo la misma naturalidad, se dirigió al Escriba y comenzó a darle detalles del caso.
“En verdad os digo que en esos días las columnas del cielo temblarán, el que esté en el río, volverá a la tierra, el que está en la tierra, subirá a las montañas, el que esté en la montaña….”
“Sí, me imagino”, dijo el Escriba un tanto ansioso, “¿Va a haber o no Juicio Final?”
Jesús retomó: “Surgirán falsos Cristos y os dirán que sí, otros dirán que no, otros dirán que no saben o no contestan y otros no dirán nada, pero yo os digo: tenéd cuidado…” El Escriba empezaba a impacientarse. Ya le habían comentado que el hijo de Dios era un tanto retorcido para la oratoria y siempre se las rebuscaba para no contestar ni chicha ni limonada o te escupía una metáfora enredada y te la dejaba picando. Nadie le iba a andar pidiendo explicaciones al Mesías y era de muy mal cristiano andar exigiendo que repita las cosas o que sea más claro. Pero el Escriba no andaba con prejuicios y lo apuró: “Jesús, vamos al grano”
Jesús: Si tuvieras la fe del tamaño de un grano de mostaza, entenderías.
Escriba: No pesco una.
Jesús: Yo puedo hacerte pescador de hombres, sígueme.
Escriba: ¿Dónde querés que vaya?
Jesús: Ningún profeta es bien recibido en su tierra.
Escriba: Jesús, pará un poco que me voy.
Jesús: Levántate y anda.
El Escriba no podía disimular su consternación, aunque los apóstoles de atrás le hacían señas, subían y bajaban sus manos con las palmas abiertas hacia abajo sugiriendo: “bajá un cambio”. El Escriba no podía tolerar la arrogancia con la que hablaba Jesús, cada vez que abría la boca, parecía que se abrían comillas en el aire y era incapaz de decir una frase al azar, de equivocarse o de admitir un error. Cada vez que hablaba buscaba con el rabillo del ojo si alguien estaba tomando nota y entonces no hablaba, dictaba. Jamás lo ibas a escuchar diciendo: “Nazaret es un horno!” sino siempre optaba por frases como: “Creédme cuando os digo que la habitación más fresca del Infierno es como Nazaret de Galilea en esta época”.
El Escriba se dirigió por última vez al Señor y le dijo: “Me molesta que hables como si cada cosa que dices fuera palabra santa, el hijo de Dios debería ser más modesto con su sabiduría, más reservado a la hora de hacer milagros y más sencillo en su trato.” Jesús sonrió y en vez de tomar el desafío, se dio vuelta y prestó atención a unos niños que se acercaban. Ellos, en un alboroto jocoso empezaron a tirar de su túnica y a gritar en forma de canto: “Que camine sobre el agua! Que camine sobre el agua!”
Jesús se sonrió de nuevo, se sacó sus sandalias y empezó a caminar sobre el agua, primero se alejó apaciblemente dando la espalda a la orilla, luego se dio vuelta como si fuera un modelo de pasarela y se acercó con las manos en la cintura y moviendo exageradamente las caderas, los chicos empezaron a reírse como locos y Jesús al llegar a la orilla se acomodó su larga cabellera y les dedicó una mirada de alta costura a todo su público. Esta vez los apóstoles fueron quienes estallaron de risa. Jesús, animado, dio saltitos sobre el agua, hizo repiqueteos y hasta pateó un salmón que saltó fuera de la superficie y se tiró de rodillas simulando haber metido un gol. Los niños a esta altura ya estaban retorcidos en el piso de tanto reírse. Los apóstoles arengaban con aplausos y silbidos el humor del Señor. Finalmente Jesús simuló ser una estrella de rock, bailaba, cantaba, imitaba tener un micrófono en la mano y esta vez le pidió a Su Padre que participe y éste, entre dos nubes, hizo aparecer un rayo de luz, un verdadero spotlight que seguía a ese Jesús poseído por la risa y la música imaginaria.
El Escriba no pudo evitar una sonrisa. Era la primera vez que sonreía en su vida. Allí se dio cuenta de que aquel muchacho de barba era efectivamente el hijo de Dios.
Se sentó, disfrutó del espectáculo y ya no se preocupó más por el final.

martes, 9 de noviembre de 2010

Hipoconversaciones

En el norte de Nueva Guinea, un grupo de jubilados del Bocha y Canasta Club Social inventó un nuevo deporte: “las Hipoconversaciones”.
Las expresiones anómalas del cuerpo muchas veces son fuente de relato en conversaciones que se convierten en una escalada desenfrenada por demostrar cuál de los dos locuaces interlocutores sufre de mayores y más intensas perturbaciones físicas. Esto sirvió como inspiración para esta caterva de ancianos que hoy compiten en ligas barriales para definir quién es el más afectado por los padecimientos más agudos y excéntricos.
Los competidores se sientan a una mesa y sin repetir y sin soplar comienzan a describir sus enfermedades. La estrategia más repetida es empezar hablando sobre afecciones insignificantes para desenvainar sobre el final dolencias indescriptibles fruto de patologías extravagantes. Los misterios de la ciencia siempre nos honran si nos toman como protagonistas y, en este deporte, dicha eventualidad define por jaque mate.
Una partida histórica fue la que supo ganar Don Valentín Estrada el 14 de julio de 1996 cuando comenzó narrando una crisis hemorroidal que escaló en un quiste cebáceo en el hígado para derivar, con una cintura inigualable, en el recuerdo de una apendicitis mal curada que provocó el vómito espontáneo de líquido cefalorraquídeo. Estrada fue el pionero en combinar una afección extraña y desagradable con el recuerdo de enfermedades pasadas y conmover a través de la melancolía de esa afección que se fue, que nos dejó en el anonimato y la intrascendencia de las personas sanas.

La apología del error.

Gustavo Correa es coreógrafo y antropólogo. En todos sus trabajos se destacó por unir áreas de interés aparentemente distanciadas o por conjugar tópicos supuestamente irreconciliables. En su tesis de doctorado investigó el fetichismo que producen las pantimedias y la infiltración bolchevique, habiéndose licenciado con un estudio sobre cómo la dispersión del mono mirikiná influye en la decisión de aborto en adolescentes asiáticas.
Esta búsqueda inepta terminó en un visible fracaso e inmediatamente se abocó a producir literatura de autoayuda mezclando en una batidora retórica la cultura New Age, un poco de budismo, algo de chamanes mexicanos y marketing del berreta. Así publicó su primer Best Seller: “La apología del error”. Este compendio de moralejas sin cuento se basa en una realidad simple y evidente: somos imperfectos. Cualquier psicólogo de barrio nos ayudaría a resolver las situaciones incómodas o a aceptarlas, mientras que Correa va más allá y a través de su obra nos invita a celebrarlas.
“En la vida no hay ensayos”, comienza el prólogo, “el mundo es un escenario, donde uno tiene que interpretar un rol que desconoce, con actores que tampoco saben el sentido de la obra y la improvisación es el único recurso que tenemos”. Con estas palabras justifica de antemano cualquier desacierto y cubre todas las faltas de inocente ignorancia. Así cautiva a sus seguidores con una liberadora sensación de estupidez congénita que los exime de toda responsabilidad sobre sus actos.
“Muy al contrario de lo que sucede en la vida animal, entre los humanos, es el imbécil quien mejor se adapta y sobrevive. El idiota se deja llevar, se deslumbra con una linterna y su vida se hace tan liviana, tan grácil, tan espontánea, que va hacia la muerte en autopista. Pero aquel que se resiste, que pregunta, que cuestiona, que se obstina en cambiar al mundo, ese termina encerrado en sí mismo o en un manicomio, que es lo mismo ”.
Hoy, mientras colamos el aguita del yogur, pensemos en Correa y mandémoslo a la puta que lo parió.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Moscas en el alma

A veces uno anda por ahí con la estúpida sensación de que la vida es un lugar seguro. No sé de dónde surge esa idea, supongo que de un espontáneo entusiasmo por la existencia, de un arrebato de esperanza o fruto de la mismísima inconciencia, de la impavidez que nos puede producir despertarnos todos los días. Por un motivo más apasionado que otro, uno puede imaginar que va a salir ileso de todo esto. Error. El dolor y el sinsentido siempre nos alcanzan. Porque la única realidad es que estamos solos. Se piensa solo, se sueña solo y se siente solo.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Sobre los Vedas y la merienda divina.

Se conocen como “Vedas” a los cuatro libros sagrados del hinduismo, donde se protege, en un entramado de poemas, rituales y cantos, la esencia misma de la espiritualidad. Los Vedas fueron guía e inspiración de las mentes más grandes de la India. La amplia y pintoresca mitología encubre y revela a la vez. Sus palabras se mueven en círculos o dan saltos aleatorios en la cabeza del lector y éste no puede más que entregarse a la verdad. Las metáforas, a veces suavemente y a veces con un latigazo de sudor frío, van abriendo puertas, desnudando secretos, iluminando rincones.
La palabra Veda deriva del término sánscrito Vid que significa conocimiento. Y como tal, siempre fue interpretado por los intelectuales y estudiosos de las lecturas, pero a la hora de compartirlo con el pueblo, los complejos vericuetos literarios se convierten en cuentos populares que, como dice Francis Salomon, “vienen predigeridos”. Francis es profesor en una escuela secundaria de Nuagaon y es conocido por desentrañar la retórica védica y traducirla en relatos accesibles, simples y a veces un poco chabacanos.
Por ejemplo, de esta manera explica la influencia kármica y su impronta en las vidas venideras: En el momento de darte una vida, Dios sostiene una galletita rellena con sus dos manos y te hace elegir una: derecha o izquierda. Esa mano va a ser la que sostenga tu destino. Al partir la galletita, una mano se queda con la tapa con crema y la otra con la tapa seca. Si elegiste la mano derecha y allí se quedó la tapa con relleno, tu vida estará llena de gozo, placer y felicidad, en cambio si esa mano sostiene la tapa vacía, siempre te perseguirán la desgracia, la desdicha y la calamidad.
Con esta parábola de barrio, explica el origen de las preguntas filosóficas más profundas de la historia de la humanidad: ¿Estamos eligiendo? ¿Es azar? ¿o Dios manipula el resultado?
Las respuestas son todas afirmativas. Estamos eligiendo porque siempre tenemos opciones. Muchas veces, para no decir todas, es al azar porque generalmente desconocemos las consecuencias positivas o negativas de nuestros actos, sin olvidar que tampoco podemos distinguir objetivamente lo que es positivo o negativo, bueno o malo. Y, finalmente, no hay pruebas de la justicia ciega de Dios.
Lo cierto es que no hay vidas rosas como la crema de la Merengada ni totalmente negras como tapa de Oreo, ese juego es otra ilusión, otra puesta en escena de este gran teatro del sinsentido donde sólo venimos a divertirnos, a tomar el té en esta mesa que Dios sirvió para nosotros.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Una cachetada a tiempo. Entrevista con Jorge Amado Varela.

Me encuentro con Jorge en un café de Palermo. Llego 15 minutos antes para asegurarme la posibilidad de verlo entrar y recibirlo. Como periodista entiendo que el entrevistado debe sentirse siempre esperado y bienvenido. Un café en la mesa ayuda a dar a entender que llegué con el tiempo suficiente para pedirlo y que sea servido. Empujé la puerta y mi mirada fue directo a una mesa para dos cerca de la ventana. Allí estaba Jorge que, después del contacto visual, mira su reloj y suspira con hastío.
Comprendo que el tiempo apremia y después de una breve presentación comienzo a preguntar.
Jorge es Psicólogo, especialista en Disciplina y presentó libros como “Desde arrodillarse en maíz hasta la picana en los colegios”, “Métodos de penitencia con y sin dolor en infantes”, “Del capricho al orden militarizado de la criatura”, “El control a través de la perturbación psicológica del púber”, “La edad del pavo, recetas para hornear a un adolescente y comerlo en el día Acción de Gracias” y su última obra: “La cachetada a tiempo”.
P: Jorge, ¿“La cachetada a tiempo”, se supone que es preventiva, a diferencia de la cachetada correctiva o punitiva?
J: Precede al acto incorrecto y lo desmotiva automáticamente.
P: Entonces, aquí la pregunta crucial es ¿cuándo es oportuno aplicarla?, ya que la falta de un hecho desatinado en la línea de tiempo, desconcierta.
J: La cachetada a tiempo es fresca, espontánea, inesperada. Por supuesto, es imposible predecir con exactitud una futura equivocación, pero existe un 100% de probabilidades de que el humano en estado de libertad mental cometa un error, siendo conciente del mismo. Hoy la ciencia ha probado que los sentimientos y las emociones interfieren en la simpleza de las buenas costumbres y terminan torciendo caminos, por eso, una cachetada limpia y seca en cualquier momento funciona como alerta.
P: No termino de entender el mecanismo…
J: El humano asocia inmediatamente la sensación de displacer con el concepto de castigo. Este dolor físico se internaliza en su subconsciente y cuando está a punto de hacer algo que se salga de la norma, su propio sistema nervioso reacciona y le recuerda el dolor. Es como un puesto de vigilancia en la misma subjetividad del impertinente.
P: ¿No es un poco invasivo? Digo...es como un dispositivo psicológico que manipula las decisiones…
J: Usted se siente invadido porque piensa que la conciencia y sus actos le pertenecen, pero como parte de la maquinaria social, usted y todas las consecuencias de sus acciones le conciernen a sus compatriotas.
P: Me hace sentir un tanto expuesto.
J: ¿Acaso tiene algo que ocultar?
P: No para ocultar, pero parte de mi identidad está en mi intimidad en las cosas que decido no compartir.
J: La intimidad es un invento posmoderno, un rincón mental donde la gente guarda la escoria que no es digna de mostrar a los vecinos. Es como barrer la mugre y ponerla debajo de la alfombra. Si usted no está orgulloso de sus actos, desde el primero al último, los esconde como una rata en el agujero de la intimidad.
P: Volviendo a la cachetada…cómo puede impactar en los niños?
J: En los niños impacta mejor porque no tienen tan desarrollados los pómulos y la onda que genera el golpe recorre más fluidamente los cachetes y penetra mejor en el cerebro.
P: Me refería a si puede traumarlos…
J: Claro que sí. Desde los 5 a los 7 los niños absorben como esponjas y es el momento donde hay que poner límites y encauzar esas mentecillas ávidas de descubrir al mundo. Hace poco hicimos un taller de dibujo hiperrealista con chicos de 5 que condenaba cualquier espontaneidad creativa y funcionó muy bien.
P: ¿No piensa que la creatividad es una condición inherente al humano?
J: La fantasía de ser distinto, de sobresalir, lo único que nos causa es dolor y frustración. Cuanto más rápido nos adaptemos a la idea de que la vida es una cadena de acontecimientos mediocres que se repiten tanto en unos como en otros, y que absolutamente nada nos hace especiales frente a los demás, más rápido vamos a conformarnos con lo que nos toca y podremos llevar una existencia respetable, acotada, sin sobresaltos y satisfecha de nuestros modestos logros. Esa es la verdadera felicidad. Si implantamos en los niños ideales o fantasías inalcanzables, lo único que provocamos es una juventud inquieta que se droga, pinta las paredes con aerosol y patea los cestos de basura. No creo que sea el futuro que usted quiere para sus hijos.
P: Muchas gracias Jorge.
Varela se levanta, me mira fijamente a los ojos, me aprieta la mano, y desaparece detrás de la puerta.
Recién ahora se acerca el mozo, como si le hubiera dado miedo interrumpir antes. Pido un café y pienso que la felicidad es para los egoístas y los ignorantes.